Si bien es cierto que la “patria” o preferiría decir, el país en el que nacimos o fuimos criados, es un elemento fundamental en el desarrollo personal del ser humano, a mi manera de ver las cosas es un elemento de simple casualidad que no debería implantar en nuestras vidas ese sentimiento de nacionalismo que nos es inculcado durante toda nuestra crianza en tan múltiples formas. Soy consciente de que es un prejuicio necesario para la organización mundial que con el desarrollo de la historia universal se ha establecido, pero a nivel personal tan sólo reprime las posibilidades de elección cerrando las puertas a numerosas opciones a todo nivel que por ejemplo el arte, está en capacidad de ofrecer.
Entrar en el mundo del arte con una carga que tantas veces generan los críticos, como la de representar a una nación, es perder valiosas oportunidades. Solo la consecución de los intereses personales es los que debe llevar a una posible “crítica” o preferiría llamar análisis, de las diferentes índoles que competen el diario vivir.
Hablar del “cine colombiano” es entrar en generalizaciones que pueden conllevar a cerrar más la pluralidad de concepciones que hacen grandioso al arte. Para Nietzsche lo sublime del arte está en su capacidad de desarrollar la voluntad de poder intrínseca del hombre una vez se ha liberado éste, de todos los prejuicios que la moral, la ciencia, la religión, la metafísica y en fin, todos los ámbitos nos imponen. Estoy seguro de que Nietzsche incluiría el nacionalismo en este grupo al igual que Borges quien, en una actitud bastante radical, decía que el nacionalismo es una enfermedad propia de los primates.
Hablar del “cine colombiano” es entrar en generalizaciones que pueden conllevar a cerrar más la pluralidad de concepciones que hacen grandioso al arte. Para Nietzsche lo sublime del arte está en su capacidad de desarrollar la voluntad de poder intrínseca del hombre una vez se ha liberado éste, de todos los prejuicios que la moral, la ciencia, la religión, la metafísica y en fin, todos los ámbitos nos imponen. Estoy seguro de que Nietzsche incluiría el nacionalismo en este grupo al igual que Borges quien, en una actitud bastante radical, decía que el nacionalismo es una enfermedad propia de los primates.
Se ha dicho muchas veces que la única ley del arte es que no hay leyes. Cada individuo puede anhelar los objetivos que lo hagan sentir mejor y solo a través de los logros personales de estos, podrá hacerse una crítica o análisis de cada obra. Así pues, el éxito económico, la aceptación de los medios, la acogida en algún sector o simplemente la satisfacción personal son fines tan válidos como cualquier otro que se pueda pensar. Alguien que haya logrado dirigir una sola película en su vida, como suele suceder con tantos cineastas colombianos a través del siglo XX, puede sentirse realizado o frustrado dependiendo de su propia estructura personal.
Por dar un ejemplo extremo si alguien logró engañar a sus productores para conseguir el dinero para una película haciéndoles creer que iba a ser un éxito comercial y sólo hizo esa obra de arte que tan solo él entiende, habrá cumplido su cometido, bravo por él. Logró sus propios fines, expresó lo que quiso expresar, a quien lo quiso expresar, así los críticos lo destruyan, el público lo desprecie y sus productores lo asesinen. Pero bueno, definitivamente este es un planteamiento extremo, que generaría una discusión ética mucho más profunda. A lo que voy es que la crítica en especial es un controlador totalmente subjetivo fundamentado en cánones que ni siquiera se basan en el pensamiento de las mayorías (que tampoco sería la opción correcta pero apuntaría mas directamente al fin mas común del cine que es el éxito comercial), sino en predeterminaciones formales leídas de otros autores con mayor prestigio y rememoración.
Se debe tener en cuenta, en todo caso que al hablar de cine, la cosa se complica aún más al intentar descubrir en este un arte industrial o un arte cuyo fin más directo es la explotación comercial. Una inmensa mayoría de los realizadores o aspirantes a serlo, deseamos, me incluyo de una vez, que nuestras películas sean aclamadas por el público. Eso es claro. El asunto a mirar, es que muchos de los críticos colombianos se han encargado también de ahuyentar las posibilidades de que se generen películas cuyo fin fundamental es el comercial, que por supuesto es un fin totalmente válido, inclusive en el arte.
Veamos el caso de Gustavo Nieto Roa, quién con muy bajos presupuestos y sirviéndose de ganchos llamativos por medio de estrellas de televisión y con fórmulas preestablecidas a la escritura del guión de reconocida eficacia taquillera (que no generen mayor actividad cerebral por parte del espectador), logró recuperar el capital invertido y así continuar produciendo películas durante las décadas del setenta y del ochenta.
Por dar un ejemplo extremo si alguien logró engañar a sus productores para conseguir el dinero para una película haciéndoles creer que iba a ser un éxito comercial y sólo hizo esa obra de arte que tan solo él entiende, habrá cumplido su cometido, bravo por él. Logró sus propios fines, expresó lo que quiso expresar, a quien lo quiso expresar, así los críticos lo destruyan, el público lo desprecie y sus productores lo asesinen. Pero bueno, definitivamente este es un planteamiento extremo, que generaría una discusión ética mucho más profunda. A lo que voy es que la crítica en especial es un controlador totalmente subjetivo fundamentado en cánones que ni siquiera se basan en el pensamiento de las mayorías (que tampoco sería la opción correcta pero apuntaría mas directamente al fin mas común del cine que es el éxito comercial), sino en predeterminaciones formales leídas de otros autores con mayor prestigio y rememoración.
Se debe tener en cuenta, en todo caso que al hablar de cine, la cosa se complica aún más al intentar descubrir en este un arte industrial o un arte cuyo fin más directo es la explotación comercial. Una inmensa mayoría de los realizadores o aspirantes a serlo, deseamos, me incluyo de una vez, que nuestras películas sean aclamadas por el público. Eso es claro. El asunto a mirar, es que muchos de los críticos colombianos se han encargado también de ahuyentar las posibilidades de que se generen películas cuyo fin fundamental es el comercial, que por supuesto es un fin totalmente válido, inclusive en el arte.
Veamos el caso de Gustavo Nieto Roa, quién con muy bajos presupuestos y sirviéndose de ganchos llamativos por medio de estrellas de televisión y con fórmulas preestablecidas a la escritura del guión de reconocida eficacia taquillera (que no generen mayor actividad cerebral por parte del espectador), logró recuperar el capital invertido y así continuar produciendo películas durante las décadas del setenta y del ochenta.