1. INTRODUCCIÓN
Uno de los interrogantes fundamentales en la era de la sociedad informatizada o globalizada, es el concerniente a la incidencia de la televisión en la cultura y en la formación de los niños. Otrora los niños jugaban en el campo, se entretenían con la naturaleza y el entorno; la tradición oral ocupaba un lugar preeminente en el proceso de formación cultural de nuestra infancia, hasta el punto de que era frecuente que los cuentos y fábulas regionales se enraizaran en la mente de los niños para inspirar, educar y discernir el bien del mal. Con el advenimiento de la televisión y de los medios de comunicación, como, por ejemplo, del Internet, este proceso ha sufrido mutaciones trascendentales que vale la pena analizar.
Al principio la televisión sirvió para entretener, transmitir información y conectarnos con el mundo entonces vigente; más tarde, la televisión se erigió en el punto de encuentro de todas las actividades familiares, educativas, culturales, políticas, económicas y científicas; sin darnos cuenta, nuestros niños fueron transitando de la tradición oral a la cultura visual, y lo mismo podemos pregonar en torno del Internet. Hoy, nuestros hijos comparten más tiempo frente al televisor y el Internet que con sus padres o sus hermanos, y el gran interrogante que se cierne para el porvenir de nuestros infantes es precisamente el atinente a qué ven, cómo lo interpretan y asimilan y cómo incide lo que ven en su vida cotidiana.
Para nadie es un secreto que la mayor parte de los programas que se transmiten por televisión no cumplen una función emancipadora, es decir, no invitan a la reflexión, al análisis y a indagar sobre la sociedad en que vivimos, sino que, por el contrario, alienan, imponen subconscientemente comportamientos, creencias y lo que es peor, nos forjan mitos, dioses, héroes y metarelatos sobre el hombre y el porvenir de nuestra sociedad. La televisión cercena la imaginación de los niños, la condiciona, la prefabrica, mutila la posibilidad de educar jóvenes libres, autónomos y capaces de rebelarse contra los paradigmas sociales, culturales, económicos y religiosos de nuestro tiempo.
La televisión nos ha apartado de la lectura, de la reflexión; en una época nuestros abuelos solían decirnos que nuestra generación era de la las cien páginas; hoy, con la televisión y el Internet, nuestros hijos son los de una página, porque a través de estos poderosos medios le sintetizan en un par de párrafos lo que antes leíamos en uno o dos tomos y tardábamos semanas y meses en comprender. Que si ello es malo o bueno, no lo sabemos aún, y la discusión va más allá del bien y del mal, pues sería erróneo pretender constreñir el debate a una especie de maniqueísmo contemporáneo. Se trata de un asunto de más calado en el que toda la sociedad es responsable.
Para esbozar algunos aspectos de la discusión, he considerado pertinente considerar las siguientes reflexiones:
Los niños colombianos ven programas infantiles, por lo regular violentos, como, por ejemplo, Dragon Ball Z, que no ofrecen un mensaje constructivo sino de intimidación, terrorismo y crimen. Qué no decir de la programación relativa a las novelas en horario nocturno, cargadas de escenas muy fuertes: sexo, asesinatos, hurto y, en general, donde se hace una verdadera apología del delito. La televisión que en la actualidad se presenta a nuestros hijos es violenta, muestra lo peor de la sociedad y, por lo general, no deja un mensaje positivo en la juventud; se transmite cualquier programa sin pensar en las consecuencias. A mi juicio, es menester una regulación más adecuada por parte del Estado, se deben restringir los programas violentos en ciertos horarios y, por qué no decirlo, se deberían proscribir muchas novelas y programas infantiles que no aportan nada en lo cultural y en la formación o educación de nuestros niños. La proliferación ilimitada de novelas en nuestro medio tan solo evidencia el grado de subcultura en que vivimos; urgen programas educativos, históricos, críticos, y en horarios en los que todo el mundo los vea, no a media noche o después, donde nadie puede compartirlos en familia. Aquí se yuxtaponen mercado y educación; hasta ahora la pugna está a favor del mercado, de las ventas y del rating. Aunque para que prime la educación sobre el rating y el negocio de la televisión no solo hace falta voluntad estatal sino familiar; somos los padres quienes estamos llamados a esta tarea histórica de cambio, de transformación; nuestro proyecto educativo en la posmodernidad consiste en educar a nuestros hijos y en formarlos como seres autónomos, críticos, lectores conscientes de su realidad, para que la televisión no se los trague enteros como a las dos últimas generaciones, silenciadas por la alienación de la televisión y el Internet.
En este sentido, vale la pena traer a colación programas internacionales como Discovery Channel, Dora la Exploradora, The History Channel, National Geographic Channel, Sid, el niño científico, entre otros, que, aportan en la formación de los niños, dejan valiosas enseñanzas y un mensaje positivo; de esta manera, es menester indicar que si nuestra televisión tomara en cuenta esta clase de programas, sería mucho lo que aportaríamos a nuestros niños y a nuestra juventud. También es importante que los maestros busquen la forma de cómo utilizar los medios de comunicación en el aula de clases para de esta forma hacer más amena la clase y más didáctica y así poder salirse de los stándares del tablero y la tiza que ha sido un instrumento monótono por muchos, muchos años.KATERINE GAITÁN MONROY
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